¡No queda sino batirse!
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Mejor se puede disculpar el que se muere de miedo, que el que de miedo se mata: porque allí obra sin culpa la naturaleza, y en éste, con delito y culpa, el discurso apocado y vil.
 
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 Don Enrique Pérez de Rueda

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D. Enrique Perez de Rueda

D. Enrique Perez de Rueda


Cantidad de envíos : 60
Fecha de inscripción : 26/09/2008

Don Enrique Pérez de Rueda Empty
MensajeTema: Don Enrique Pérez de Rueda   Don Enrique Pérez de Rueda Icon_minitimeVie 03 Oct 2008, 21:13

Habla Don Luis Nuñez de Salmerón:

Preguntáis por Don Enrique, buscáis mi objetividad, pero que queréis que os diga si siempre que pienso en mi amigo se me cae esa sonrisa de quienes dejaron atrás su lozanía y recuerdan nostálgicos los viejo tiempos. Y fueron buenos, aunque no todos llegamos en pie y en igualdad de condiciones, creo que me entienden, hasta el día que hoy contamos,…ah… mi amigo Enrique. Debo disculparme en primer lugar si mi prosa no esta a la altura pues no soy hombre de letras sino de aceros.

Nos conocimos en Flandes, pocos años antes de la mal llamada tregua, y solo con mirale di gracias al Altísimo por que aquel hombre estuviera en mi trinchera y no al otro lado del rió con los hideputas flamencos.
Pero déjenme empezar por el principio; según me contó, nació en Toledo, no recuerdo el año exacto, pero hasta la fecha lleva a cuestas en su lomo ya mas de una treintena de inviernos. Hijo de un maestro espadero que fabricaba armas para el ejército del Buen Rey Felipe el tercero, aunque en casos especiales aceptaba encargos particulares. Tubo la suerte de poder practicar desde niño con espadas y dagas autenticas y no de madera, lo que izo firmes su manos, y voto a Dios que aún lo son. Sus padres murieron en un incendio de la fragua, quedándole a Don Enrique como única herencia un millar de lingotes del mejor acero toledano. Con quince años podría haberse alistado como mochilero, pero malvendió sus posesiones compro un caballo y se vino a Madrid. El ser ancho de espaldas gracias al trabajo en la forja le permitió mentir sobre su edad y con el apodo de el Chico no tardo en hacerse una reputación en barrios que gente de vuestra calidad no debería pisar.
Si señores, desde la adolescencia Don Enrique alquilo su espada para casi cualquier trabajo, salvo un excepción, y es que mi amigo tiene un par de cojones y aborrece sobremanera a los cobardes y pusilánimes que no luchan por ellos mismos sus batallas, por eso nunca se ha batido en duelo en nombre de otro, aunque tuviera que dirimir de tal manera sus propios asuntos merced a la necesidad que siempre tubo de demostrar quien era él y esas han sido muchas veces. Estuvo a punto de morir en varias ocasiones antes de cumplir la veintena.
En una ocasión en la que como tantas, viese en un duelo con un hombre que cometió el error de no disculparse, tubo don Enrique, la fortuna de que el lance librara de un feo asunto a un noble que lo tomo bajo su protección. Nunca me dijo de quien se trataba y yo nunca he preguntado, pero tengo mis sospechas.
Se preguntaran sus Señorías, como un hombre de sus características termina en la guerra de Flandes donde comienza mi relato; no es por amor a su Rey o a la Verdadera Fe es más sencillo; estando Nápoles en un asunto de su protector algo se torció y la manera más rápida de escapar de la ciudad era alistarse en los tercios, comenzando así una corta pero intensa carrera militar, pero eso es otra historia...

Sí les contaré, en cambio que el día que nos vimos por primera vez estaba cubierto de sangre y me fue imposible aparta la vista de de sus ojos, unos ojos grandes y verdes que brillaban en el centro del aura escarlata que el sol naciente generaba en su ensangrentado rostro; ya era sargento y estaba pidiendo voluntarios para cruzar el rió una milla al este y reventar la artillería enemiga atacando su retaguardia. Me miro y después de preguntarme mi nombre me dijo, - Chico, ¿cuantos herejes has matado hoy? un escalofrió recorrió de norte a sur mi espinazo y conteste tímidamente que ninguno aun, él suspiro agotado tras la cacería nocturna y sin apartar ni un momento la mirada dijo - Tengo seis hombres exhaustos, doce heridos y cinco bajas, todos son amigos míos, solo gana mi respeto aquel que sangra conmigo, y ese, es mi amigo para siempre, ¡¡y por él voy hasta boca del puto Infierno, a afeitarles los cuernos al mismísimo Lucifer!! Que me dices, ¿quieres ser amigo mió? . Aquella voz profunda se elevó por encima de los cañones y el clamor de las descargas de arcabuz y se introdujo hasta el tuétano de mis huesos, no tengo que decirles señores que esa mañana sangramos juntos como tantas otras veces desde ese día, y no hay otro hombre en la Tierra por el que daría mi vida, lo juro por Dios, y estoy seguro que como yo la mayoría de los que sirvieron a su lado.
Pero la guerra termido y a nuestro regreso comprobamos que los papeles de nuestra licencia valían menos que el vino aguado de la tasca de las Leñas y Enrique recurrió a lo que mejor sabe hacer, mientras que yo me aliste para hacerme matar en el mediterráneo despachando turcos.

No le he vuelto a ver desde entonces, ¿Cuánto hace ya? ¿Diez, doce años? He oído que ya no mata por encargo y que anda metido en una sala de esgrima o algo así. Sé que gano un torneo de esgrima en Madrid... me lo dijo un compadre común que me encontré en Sevilla un día de permiso hace ya seis años. Yo no me lo imagino guardando las formas con la mano izquierda levantada por encima de la cabeza, por que con una daga en esa mano es más letal que las picas la Guardia Valona. Pero dejemos que sea él quien me lo cuente delante de una jarra de Jumilla esta tarde. Si lo que he oído es verdad ¿que será capaz de hacer ahora, si antes sin haber sido instruido mataba mucho, bien y rápido? Que Dios me conserve la vista, espero poder verlo.


Habla Don Luís Méndez de Carmona, maestro de esgrima:

¿Porque hice a don Enrique preboste en mi sala de armas? Es la pregunta que más veces me han hecho y a la que nunca he respondido sinceramente.
Les contare una historia. Hace años oí rumores que en la sala de armas de Don Atanasio de Ayala, había entrado un alumno de especial talento, un soldado, un matasietes, nada fuera de lo habitual en esa modesta sala, no suelen ofrecerme mayor crédito las noticias que llegan de allí, pero el nombre del muchacho me era familiar. Y entonces recordé quien era, ese hombre había dado cuenta dos años atrás en un duelo a uno de los alumno más aventajados del mal llamado maestro Pacheco, el rumor se extendió con celeridad por los mentideros.
Decidí permanecer atento a su carrera, pero no fue necesario, ese mismo año gano La Espada de Oro de la Villa (de Madrid). Fue cuando le vi esgrimir por primera vez, llego a la final sin mayores dificultades, pero le queda un lance difícil, un tal don Juan de Castañeda, uno de los tiradores más rápidos que he visto. A pesar de la sorpresa, nadie apostaría ni un maravedí por él. Que error hubiéramos cometido apostando en contra. Fue rápido, tres estocadas perfecta en tres ataques, la tercera fue un soberbia estocada ascendente desde la cintura tras sacar la espada de su rival del centro con un seco golpe de muñeca estrellando el botón de su ropera entre los ojos de su rival, la multitud estalló en aplausos, a excepción de Pacheco y los suyos, que tenia los puños casi tan apretados como sus dientes.

No tardo medrar en su sala y en apenas dos años se hizo preboste, nunca he oído de nada semejante, ni siquiera en una escuela de esgrima de bajo nivel. Su reputaciones había mejorado y apenas nadie recordaba su turbio pasado, ya saben la mayoría de ese oficio no suele llegar a peinar canas, así que decidí reclutarle.
Este hombre ha nacido para esto, no lo contraté por sus victorias, tampoco por sus virtudes, que las tiene a parte de su acero, ni si quiera por su muy declarado desprecio por el estilo de Pacheco… y es que los hombres que veneramos la Verdadera Destreza, buscamos continuamente nuestro próximo rival y yo lo he encontrado en este hombre, al que pocos llaman ya el Chico y que tengo la suerte de poder llamar amigo.

Cuídense vuestra mercedes de sus arrestos si no quieren verse con dos palmos de acero toledano en el costillar, eso si, no se preocupen pues les dejará atacar primero, y esa, se lo será, se lo asegura un entendido, su única oportunidad.


Hablan, los mentideros :

¡Las Losas están vivas! bullen de gente que viene, que va, que se para, que comenta, que dice, que habla… la noticias vuelan más rápido que un perdigón en las murallas de Breda, casi tan rápido como se desvirtúan, se exageran o se pierden detalles...
Que se ha visto últimamente juntos al Marqués de Pescara y a don Enrique de Rueda, ese preboste de la sala de don Luís de Carmona. Se dice que por la noche se oye ruido de aceros en las habitaciones altas de la mansión de Pescara, ¿Quién enseña a quien su arte?
Corre el rumor que don Enrique no ha terminado del todo con su antigua vida y que realiza trabajos de dudosa legalidad para el noble. Y es que la casa donde vive don Enrique no se paga con el sueldo de una escuela de esgrima.
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